
Salimos muy temprano de Madrid. Ya se sabe, las ofertas de atrápalo, los horarios infernales... Sin embargo, esta vez, es lo que buscábamos: dos noches y tres días bien aprovechados. Así, llegamos también bien prontico al aeropuerto de Viena. Cuando nuestro avión iba perdiendo altura para aterrizar, ¡OMG! ¿Pero dónde? Parecía que no hubiera pista de la cantidad de nieve... sin embargo, aterrizaje perfecto, pista perfectamente limpia (nada que ver, claro, con Barajas: ni por la nieve, ni por la eficacia en la reacción...).
Tras la espera de maletas y todo lo típico, cogimos nuestra cat-card (ticket de ida&vuelta al aeropuerto) y una Viena-card, para poder movernos libremente por Viena. ¡Libremente y tanto! Pero, ¡qué ciudad más complicada! Primero, porque el idioma es taaaaaaaan diferente, que ni siquiera los nombres de las calles se te pueden quedar, porque todo suena a algo como "strahvkwstrasse"... imposible. Pero, además, la ciudad está expandida, ¡mil cosas que ver y (aparentemente) cada una en una punta! Pero... pronto nos dimos cuenta de qué pasaba. Gallardón no ha debido de pasarse por allí. ¿"Metro de Madrid, vuela"? ¡Ja! El de Viena sí que vuela. Allí los niños no pueden jugar al "a que no me caigo" porque no habría niños...

De modo que, un par de viajecillos en metro y, pronto te haces a él y ves que, en realidad, lo que parecía lejos no lo está tanto.
Llegamos a nuestro hotel, ¡en la estación de la cerveza! (Ottakring, la cerveza-Ottakringer, la estación). Así que, ¡a comer! Porque el vuelo, en Iberia, claro que no nos dieron más que las gracias...
Si los nombres de las calles se complican, para pedir... ¡no te cuento! Además, las 3 de la tarde ya no es hora de comer en Austria (bueno, creo que en casi ningún sitio que no sea aquí...). Así que el típico cadenafritanga similar a los kebab, pero sin kebab... y sin saber qué pedir. Pues... "eso y eso". Había fotos, pero todo empanado, ¡distingue tú! Y...quién iba a sospechar, si todo parecía pollo y pescado, ¡que estábamos pidiendo HÍGADO! Pero ¿cómo? ¿Quién come hígado empanado así... porque sí, por gusto y como algo normal? Pues, mira, parece que los austríacos, porque no fue la última vez que lo vimos.

Nos fuimos, habiendo comido un poco de pollo y dejando el higadito ahí, pa'quien le guste... (he de decir que el hombre sin idea alguna de inglés, entendió por gestos-creemos- que no lo habíamos tocado y no lo tiró). Y llegamos al centro.
¡¡Qué maravilla!! Todo nevado, todo precioso. Parques enormes, edificios increíbles, casas preciosas.
Karltplaz, Stephanplatz, la Ópera, Schönbrun (o el palacio de Sissí), Belvedere, la noria... Bueno, todo lo típico.
Y lo típico vimos. Pero todo. Al final, nos cundió el viaje, hicimos todo lo que debíamos. Tomamos cafeses vieneses, tarta, paseamos, pasamos frío. Vimos los miles de millones de puestos de flores y que, en todas partes, hay música.
Es una ciudad preciosa. Mereció la pena el frío. Además, si hay algo típico es la calefacción a tope en todos los sitios, el café y la cerveza... así que es fácil la solución cuando empiezan a congelarse los piececillos.
Hablando de los sitios, es un poco raro... está todo como oculto. Hay sitios chulísimos que están escondidos por calles recónditas que solo se encuentran perdiéndose un poco (cosa que pasó a menudo, pero suerte que te los encuentras así)... de hecho, a veces, intentas volver y no están. Quizá, además de la ciudad de la música y las flores, sea la ciudad de la magia (vale, no, somos un poco torpes y no nos quedamos con los nombres de nada, ¡pero ya he dicho que eran muy difíciles!).
Además, desde fuera, es difícil ver cómo son por dentro. Suelen estar cubiertas por cortinas las ventanas; a veces traslúcidas, normales... pero otras no, otras opacas, que parece que ocultaran algo. Jiji. Decidimos que sería por el frío, porque, una vez entras, ¡eso es otro mundo! Primero cambia tu principio de cabreo si lo hubiera (por haberte perdido, por los pies fríos, por no encontrar un puto bar): el calorcito, la música y la cerveza, lo cambian todo. Y, además, ¡la gente! Eran todos superamabilísimos. Ha sido esta otra gran sorpresa en Viena. Mira que parecen fríos y cabreados siempre por esa forma de hablar... pero ¡no! Son todos majísimos.

Luego, hay bares típicos-típicos. Donde las camareras van vestidicas de tirolesas, todo es de madera y suena música "yiorelé yiorelé". ¡Tan divertido!
Por supuesto, no puedo dejar de hacer referencia a la cantidad de españoles por el mundo que se encuentran. No hablo de los que salen en la tele, que también vimos (-Egkiuhmi, Belvedere? -Yes, inglis? -Espanis

? -Yes! -Vale, pues explica xD ... Creemos que era investigador universitario becado, pero quién sabe...). Pero no hablo de esos, sino de los turistas. Los españoles somos una plaga en todos los lugares, diría que turísticos, pero en algunos menos turísticos, también... El caso es que, por todas partes. Y, lo mejor, es que se nos ve, se nos oye, nos hacemos notar...
Tomando una cerveza en uno de estos típicos bares, sonaba la música de tres hombres (violín, acordeón y guitarrilla) y de pronto... "ese lunar que tienes", "qué viva España", "Granada"... ¿pero esto qué é'lo-que-é? Pues un supergrupo de españoles (ya mayorcicos, eh?) de los que se despidieron en nuestro tono habitual y, por supuesto, en español, de las pobres austríacas que no sabían bien si estaban gritando de alegría o las estaban regañando.
Nota mental: la furia y la efusividad españolas, podrán confundirse fuera de nuestras fronteras.
Y hasta aquí la aventura vienesa. Recomendación absoluta :D
Próxima parada: Tallin.